Galería Norte Verde

Frederic Leighton y ese ardiante sol de junio

El pintor clásico británico más destacado del siglo XIX, poseedor de un dominio técnico sin fisuras, fue Frederic Leighton (1830-1896), un artista académico, heredero de esas tradiciones figurativas con raíces en el mundo antiguo y el Renacimiento que, sin embargo, también fue un representante importante de la llamada estética del arte por el arte: concede importancia a la luz y el color frente a otros elementos ajenos a la disciplina pictórica.

Su obra más célebre la conserva el Museo de Arte de Ponce y es Sol ardiente de junio (hacia 1895), en la que representó a una mujer acurrucada en un banco, en posición casi fetal y bajo la sombra de un toldo, que parece protegerla del sol mediterráneo. Su cabeza y su muslo derecho se disponen paralelos al plano pictórico y a las bandas horizontales que vertebran la composición. Justamente ese muslo introduce, con sus proporciones notables, una banda de color puro y radiante en el centro de la imagen; el resto del cuerpo, en escorzo, se comprime alrededor. La postura de la modelo es muy compleja, pero pese a ello la figura se muestra del todo relajada, lo que da prueba de la pericia del artista al manipular las formas corporales y orquestar esos tonos anaranjados de los drapeados diáfanos que cubren tanto el pecho como el muslo y ondean en pliegues hacia los bordes del cuadro.

Frederic Leighton. Sol ardiente de junio, hacia 1895. Museo de Arte de Ponce

Esta pintura es obra tardía de Leighton; la realizó en una etapa en la que solía pintar mujeres solitarias para representar estados reflexivos o de inconsciencia. Es el caso de Lachrymae, custodiada en el Metropolitan de Nueva York y fechada el mismo año: presenta tonos densos y melancólicos, en contraste con la atmósfera cálida de este Sol ardiente de junio. El asunto de la somnolencia expresado a través de figuras femeninas dormidas fue un leitmotiv bastante frecuente en la pintura británica del final del siglo XIX, alineada con el esteticismo, y contenía numerosas alusiones a la muerte, al inconsciente y a la pérdida del sentido del tiempo. Podemos citar, en este sentido, obras contemporáneas como Soñadores (1879-1882) y Solsticio de verano (1887) de Albert Moore y la serie Rosal silvestre y El sueño del Rey Arturo en Avalón de Burne-Jones, también en el Museo de Arte de Ponce. En todas ellas, el mundo interior de los durmientes, impenetrable para el espectador, resulta una muralla frente a su mirada curiosa.

Frederic Leighton. Lachrymae (fragmento), hacia 1895. Metropolitan Museum of Art

Albert Moore. Soñadores, 1884. Birmingham Museum and Art Gallery

Es posible que el referente inmediato de Sol ardiente de junio fuera la postura cansada de una modelo que captó la atención del pintor. Los primeros esbozos de su pose muestran cómo Leighton experimentó con la posición de sus extremidades antes de pasar a trabajar su figura en dibujos más detallados del desnudo y los paños. Maduró la pose durante cierto tiempo e incluso en otras pinturas suyas de entonces encontramos variaciones de esa misma postura, posiblemente una evolución de las figuras central y lateral izquierda que visten de naranja en El jardín de las hespérides (1892), de Fatídica (1893-1894) y de un bajorrelieve que rodea el estanque de su Sueño de verano (1894).

Frederic Leighton. Fatídica, 1894. Lady Lever Art Gallery

Al monumentalizar el motivo en este Sol ardiente o al crear un tipo emblemático más allá de semejanzas individuales, probablemente el artista se sirvió de modelos masculinos y femeninos (entre ellas, las candidatas más probables serían Dorothy Dene y Mary Lloyd). La languidez de la actitud de la representada transmite refinamiento y contiene referencias artísticas: el perfil de la cabeza y el fuerte muslo probablemente procedan de Leda y el cisne, obra perdida de Miguel Ángel de la que se conservan dos copias en Londres: en la National Gallery y en la Royal Academy. A su vez, la fuente de Leda fue otra escultura de Buonarrotti, La noche, que se sabe que Leighton admiraba. En una fotografía del taller del pintor realizada en 1895 podemos ver el cuadro a la derecha, con sus bocetos dispuestos sobre una silla y un taburete, como si el inglés quisiera mostrar cómo había transformado aquel ideal heroico miguelangelesco, que influyó tanto en el estilo de su dibujo como en la experiencia de color puro que ofrece la obra terminada. En esta, el tono naranja encendido y las formas fluidas del drapeado aplanan la composición, transformando la carne de modo que el cuerpo se convierta, sobre todo, en vehículo para el color.

Anónimo. Leda y el cisne, hacia 1530. National Gallery

Con todo, Sol ardiante de junio es una obra atípica en la carrera de Leighton: desde su título, no presenta connotaciones literarias o mitológicas sino que alude a una estación y un clima concreto, como si hubiera querido enfatizar una sensación general de luz y color. En esa brillantez del color pudieron influirle los varios viajes por el Mediterráneo que realizó, y especialmente su visita al norte de África en 1895. Realzan, además, esos tonos deslumbrantes los ritmos lineales de la composición, que marcan una tensión entre la explosión de naranja que irradia desde el centro y la estructura casi cúbica de la durmiente.

Podríamos decir que el juego entre superficie y profundidad es meramente visual, pero también podría pensarse que el entramado de luz y color tiene cierto significado. Las religiones paganas, sobre todo el culto a Apolo, dios del sol, siempre fascinaron a Leighton, y referencias al mismo pueden apreciarse en varios de sus trabajos; en ese sentido, Sol ardiente es susceptible de interpretarse como imagen de una figura metamorfoseada por el sol, con sus pliegues fluidos desplegándose desde un centro que transmite quietud. En la esquina superior derecha aparece una adelfa, cuyas hojas y flores son venenosas: podría tener connotaciones simbólicas y sugerir la perturbación de ese paraíso en calma, lo que la muerte y el sueño tienen de intercambiables o la ambigüedad de las profundidades del subconsciente.

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