Galería Norte Verde

Bajo Pecos: vida mural

Hace unos años el Getty Conservation Institute impulsó la creación de la Rock Art Network, una red formada por cuarenta expertos en arte rupestre e instituciones a él ligadas, aliados para colaborar en su conservación; el Museo de Altamira es miembro de ese organismo desde su fundación y ha presentado recientemente muestras dedicadas a sitios de arte rupestre y su protección: en 2019 acogió el legado de los cazadores recolectores de San en Ukhahlamba-Drakensberg; en 2020 exhibió los hallazgos en la Quebrada de Humahuaca (Argentina) y, hasta el próximo abril, y de la mano de Carolyn Boyd, de la Texas State University y el Shumla Archaeological Research & Education Center, nos introduce en las creaciones de la región del Bajo Pecos, situada entre el suroeste de Texas (Estados Unidos) y Coahuila (México).

Se trata de una zona de paisajes magníficos y estrechos cañones en cuyos abrigos rocosos se han hallado yacimientos que aportan valiosa información sobre las formas de vida de los cazadores y recolectores que habitaron el lugar desde hace cerca de 13.000 años; también ofrecen un repertorio rico de pintura mural desarrollada en paredes de piedra caliza hace aproximadamente cuatro milenios.

Los estudiosos han catalogado más de 300 hallazgos pictóricos allí, muy diversos entre sí: los hay con solo unas pocas figuras o con miles, de pequeño formato y de hasta 150 metros de longitud y 15 de altura. Han sido investigados por diversos artistas, profundizando en la planificación que requerirían estas composiciones: ya en 1931 Virginia Carson participó en una expedición arqueológica enviada por el Witte Museum de San Antonio y llevó a cabo más de cien reproducciones en acuarela, incidiendo en la cuidada proporción y disposición de esas imágenes. Solo dos años después, el dibujante Forrest Kirkland desarrollaría igualmente varias decenas de reproducciones, también acuarelas, y trabajaría en el análisis formal de esas escenas, explorando igualmente su complejidad.

En épocas más recientes, en 1991, Carolyn Boyd, muralista y responsable de esta exposición, comenzaría a documentar esas creaciones estudiando la planificación y habilidades que implicaron, llegando a la conclusión de que las técnicas y el manejo del color aquí empleados podían cuestionar ideas asentadas sobre la función del arte en la América indígena: vislumbró paralelismos entre los conceptos cosmológicos presentes en las narraciones visuales de los yacimientos y los mitos e historias de las sociedades agrícolas mesoamericanas posteriores; así, tendrían un origen muy antiguo conceptos y rituales hoy vigentes.

Sección de la reproducción a pastel y lápiz de color de Cedar Springs realizada por Carolyn Boyd

Se ha descubierto que los agentes colorantes de estas obras son pigmentos minerales, incluidos ocres y manganeso, y es muy probable que el sebo o el tuétano de ciervo sirvieran de aglutinante y que las saponinas de la yucca o planta del jabón, mezcladas con agua, se utilizasen como emulsionante. Es de suponer, además, que usarían lápices de pigmento para bosquejar los murales: aplicarían la pintura con pinceles de fibra, pelo de animal y plumas, y se valdrían asimismo de otras herramientas, como reglas y plantillas de estarcidos. Podemos deducir que la evidente precisión y la claridad de las líneas se debería al uso de pinceles flexibles o instrumentos rectos.

En cuanto a los temas cultivados, apreciamos la documentación de mitos y rituales asociados a la creación del mundo y la presencia de símbolos gráficos que aluden a seres divinos y mortales, objetos, lugares, emociones y vivencias. Entre las figuras, predominan las de aspecto humano; algunas enormes, otras diminutas y la mayoría muy precisas, portando armas, adornos o diversa parafernalia. Fijándonos en los animales, los más habituales son los ciervos, los felinos y las figuras con forma de serpiente, seguidos por aves e insectos; hay que recordar que, en muchos relatos de los nativos americanos, el ciervo es la estrella de la mañana y es asesinado por las flechas del sol al amanecer, mientras que los felinos se relacionan con el sol al anochecer. No faltan tampoco las imágenes de seres que carecen de rasgos antropormofos o zoomorfos, semejantes a plantas o sin ningún parangón.

En lo formal, podemos pensar que los autores de estas imágenes buscaban alcanzar la excepcionalidad; no tanto con fines artísticos, sino asociando estos a la vida. En el universo en que creían esos nativos, la fuerza vital lo impregnaba todo, incluidas las creaciones rupestres: los representados aquí serían, según esta concepción, seres vivos, participantes activos en la generación y la preservación del cosmos.

Antropomorfo con máscara negra, Panther Cave

Probablemente las mismas cuevas se entendiesen como lugares de nacimiento tanto de los dioses como de la humanidad y como portales de comunicación entre el mundo superior y el inferior: por eso, en el mural Mystic Shelter divisamos una deidad ancestral que nace del inframundo acuático a través de la entrada de una de esas cuevas y en Cedar Springs se distinguen arcos serpenteantes con aberturas en el centro que hacen referencia al lugar de nacimiento primordial.

Hablando de cromatismo, destaca su fuerza y simbolismo: los distintos tonos se vinculan a divinidades concretas, seres espirituales, fenómenos climáticos, géneros, sentimientos, almas o a los puntos cardinales. Algunos indios americanos incluso enlazaban los colores con las palabras y con los cánticos mágicos de los dioses y todo rasgo tiene un significado en este arte; por ejemplo, la máscara negra del antropomorfo que empuña atlatls (propulsores) y bastones de Panther Cave nos indica que se trata de una deidad estelar.

Mediante pinceladas largas, los pintores dibujaban líneas que entraban o salían de bocas abiertas para representar sonidos, respiraciones o el sentido del olfato. Para diferenciar las inhalaciones de las exhalaciones, incluso, se modificaba la dirección del trazo: en el caso concreto de Panther Cave, los puntos rojos, que indican el habla y la respiración, se extienden hacia arriba desde la boca del pequeño antropomorfo.

Mención especial merece el mural de White Shaman, ubicado en un pequeño abrigo, orientado al suroeste, en lo alto de un acantilado sobre el río Pecos, próximo a la confluencia con el río Grande. Cuenta con más de 30 figuras antropomórficas, el radiocarbono lo data entre el 400 a.C. y el 400 d.C y, según Boyd, sus patrones se relacionan con los mitos y rituales de los pueblos azteca y huichol de México, pudiendo llevarnos a interpretar el conjunto como una narración pictórica de la creación: se relacionaría el ciclo diario del sol y su trayectoria aparente por la eclíptica a lo largo del año y se documentaría el cambio de las estaciones y el comienzo y el final de las eras.

Antropomorfo rodeado de aves volando, Halo Shelter

 

“El color engendra vida”

MUSEO NACIONAL Y CENTRO DE INVESTIGACIÓN DE ALTAMIRA

c/ Marcelino Sanz de Sautuola, s/n

Santillana del Mar

De diciembre de 2021 a abril de 2022

 

The post Bajo Pecos: vida mural appeared first on masdearte. Información de exposiciones, museos y artistas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *