Galería Norte Verde

Pluralidad, futurismo y tradición: la última arquitectura japonesa

Sou Fujimoto. Tokyo Apartment. Fotografía: © Satoshi Shigeta. Cortesía Casa BRUTUS (MAGAZINEHOUSE Ltd.)

Por razones históricas y económicas, pero también dadas las consecuencias de los periódicos seísmos que azotan Japón, la arquitectura en este país viene desplegándose en un vaivén entre destrucción y creación, redefiniéndose constantemente a partir de proyectos plurales que han dado lugar a urbanismos fragmentados. Los fondos del Musée National d´ Art Moderne de París resultan especialmente aptos para estudiarla: este centro cuenta con colección dedicada a la arquitectura desde 1992, consta esta de documentos originales, maquetas y dibujos y, aunque la mayoría tienen que ver construcciones europeas, Japón está presente en ese acervo desde sus inicios y su exposición inaugural incorporó trabajos de Kazuo Shinohara y Toyo Ito.

Esos mismos fondos nutren la exposición que, desde hoy y hasta septiembre, podemos visitar en el Centre Pompidou malagueño: “La arquitectura japonesa desde 1950: Espacios plurales” revisa edificaciones de 36 arquitectos, bajo el comisariado de Yûki Yoshikawa, haciendo hincapié en la convivencia en esa disciplina de tradición y modernidad y de planteamientos occidentales y orientales, así como en el modo en que estos proyectos se integran en la ciudad y en la vida de sus habitantes.

Recuerda el recorrido que la arquitectura intrínsecamente japonesa se construyó en relación estrecha con el surgimiento del modernismo occidental, especialmente con los escritos de Bruno Taut, que estudió ya en los treinta las convergencias y divergencias entre el panorama europeo y los edificios tradicionales nipones. A través de fotografías de Yasuhiro Ishimoto comprobaremos la huella de sus análisis en la caracterización de la arquitectura moderna de este país y, a partir de proyectos como el Memorial de la Paz de Hiroshima de Kenzo Tange, podremos profundizar en el nuevo humanismo desplegado en las construcciones posteriores a la II Guerra Mundial.

En lo relativo al lugar del ser humano respecto a la arquitectura también trabajaron los arquitectos nipones influidos por Le Corbusier, artífices en algunos casos del brutalismo arquitectónico y de proyectos de dimensiones más o menos modestas, favoreciéndose los edificios colectivos.

Desde mediados de los cincuenta, el crecimiento económico aparejó la afirmación del estilo internacional, capitaneado por Junzo Sakakura o Ichiro Ebihara. Kenzo Tange fue una de las grandes figuras de momento y a él le debemos el Estadio Nacional Yoyogi de Tokio, creado para los Juegos Olímpicos de 1964.

Los sesenta traerían un nuevo urbanismo que había de responder al incremento poblacional. Los arquitectos liberaron espacios expandiendo sus proyectos o levantándolos a gran escala, como los de las ciudades sobre el mar de Kiyonori Kikutake o las megaestructuras aéreas de Arata Isozaki. Los impulsores del movimiento metabolista, como Kisho Kurokawa y Kikutake, rechazaron por su parte un canonicismo del modernismo que entendían excesivo e idearon proyectos urbanos compuestos por estructuras extensibles y componentes renovables basados en procesos biológicos.

Algunas urbes niponas devinieron entonces escaparates futuristas de la nueva prosperidad tecnológica, patente en el Centro de Comunicaciones de Yamanashi (1966), del citado Tange, o en la Nakagin Capsule Tower (1972) de Kurokawa. La Exposición Universal de Osaka de 1970 sería una cita emblemática en la puesta en común de esta arquitectura tecnológica y permitió la visibilización internacional de sus megaestructuras (algunos se mantenían escépticos, como Tadanori Yokoo).

Las protestas del 68 y la crisis del petróleo del 73 conllevaría a la larga una mayor modestia y la recuperación de algunos principios básicos de la arquitectura. Kazuo Shinohara y Arata Isozaki reflexionaron sobre la vivienda individual y sus lazos con la ciudad, desde parámetros tanto tradicionales como modernos: el primero se fijó en las casas tradicionales japonesas para desarrollar un vocabulario basado en la abstracción geométrica, y el segundo propuso una nueva concepción del urbanismo adecuada a los modos de vida contemporánea, pero disociada de los principios modernos; redefinió la ciudad como un espacio compuesto por una acumulación de signos y reivindicó el concepto clave de Ma, que en la arquitectura nipona alude a la noción de intersticios urbanos.

A partir de sus aportaciones, la nueva generación trató de reinventar los vínculos entre personas y ciudades, centrándose en la vivienda individual; destaca la Casa-torre de Takamitsu Azuma (1966), construida en un hueco del tejido urbano de Tokio, en una parcela de solo 20 metros cuadrados. Hitos de los setenta fueron las formas geométricas de hormigón de Tadao Ando o los edificios concebidos como soportes gráficos de Kazumasa Yamashita o Kiko Mozuna.

En aquella etapa, los arquitectos de este país miraron más hacia Occidente y evolucionaron en la concepción de su trabajo como lenguaje. Bajo la influencia del estructuralismo, Hiromi Fuji hizo de la cuadrícula el elemento fundamental de su obra y Tadao Ando conjugó la geometría con exploraciones sobre los nexos entre materia y luz y entre cuerpos y espacios.

Los ochenta y noventa, etapa de crecimiento económico, especulación y desarrollo de infraestructuras, transportes y nuevas tecnologías, traerían por su parte nuevas tipologías arquitectónicas. Algunas construcciones se transformaron en máquinas autónomas, como las hipermodernas de Shin Takamatsu, mientras Atsushi Kitagawara y Ryoji Suzuki hicieron suyos enfoques más conceptuales, al situar sus obras en aquellos espacios intersticiales urbanos. Itsuko Hasegawa buscó sintetizar la investigación de hábitats refinados y la experimentación con el uso de nuevos materiales y tecnologías e inventó la llamada arquitectura ligera, basada en el uso de materiales ligeros, como la malla metálica. La atracción por el borrado daría lugar a las estructuras y los mobiliario perforados de Toyo Ito, adaptados a los nuevos estilos de vida urbanos.

Los noventa, en cualquier caso, supondrían un punto de inflexión en las prácticas de los arquitectos japoneses. El contexto socioeconómico (terremoto de Kobe, recesión económica…) implicó que se reforzara la dimensión social de la arquitectura; también la aligeración de los materiales, la desaparición de los muros y la diversidad de circulaciones, usos y públicos.

A principios de los 2000, Toyo Ito se valió del modelado digital para lograr esa arquitectura ligera y transparente, abocada incluso a su propia desaparición, y aquella poética sería igualmente retomada por el premiado estudio SANAA, a través de geometrías refinadas, muros translúcidos, el predominio de la horizontalidad o la porosidad entre interiores y exteriores.

Kengo Kuma o Shigeru Ban manejaron tipologías semejantes, incidiendo en las posibilidades de los materiales, mientras Terunobu Fujimori ideó experiencias paisajísticas que alcanzaban a ocultar la propia arquitectura, empleando formas arcaicas y materiales naturales, y Atsushi Kitagawara experimentó con estructuras que proponían nuevos lazos con lo natural.

Por último, repasa esta exposición las consecuencias de la catástrofe de Fukushima (2011) en la labor de los jóvenes arquitectos. Han crecido los espacios comunitarios en las ciudades, en parte como respuesta a las transformaciones sociales derivadas de la expansión de la tecnología digital (Yuusuke Karasawa) y también se ha revitalizado la arquitectura del borrado desde el empleo de nociones opuestas, como lo abierto y lo cerrado, lo transparente y lo opaco, lo natural y lo artificial.

Vista de la exposición “La arquitectura japonesa desde 1950: Espacios plurales”. Centre Pompidou, Málaga

 

“La arquitectura japonesa desde 1950: Espacios plurales”

CENTRE POMPIDOU MÁLAGA

Pasaje Doctor Carrillo Casaux, s/n

Málaga

Del 20 de mayo al 19 de septiembre de 2022

 

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