Galería Norte Verde

El arte de Pablo Pérez-Urruti

«Todas las artes brotan de la misma y única raíz.
Como consecuencia, todas las artes son idénticas.
Pero el hecho misterioso y precioso es que los ‘’frutos’’ nacidos del mismo tronco son diferentes.
La diversidad se manifiesta gracias a los medios utilizados por cada arte específico, los medios de expresión.

[…]
La música, por ejemplo, organiza sus medios (los sonidos) en el tiempo, y la pintura los suyos (los colores en una superficie). El tiempo y la superficie deben ‘’medirse’’ con exactitud, y el sonido y el color deben ‘’limitarse’’ con exactitud. Esos ‘’límites’’ son las condiciones necesarias para el ‘’equilibrio’’, y por lo tanto, para la composición.
Puesto que las enigmáticas pero precisas leyes de la composición son las mismas en todas las artes, eliminan sus diferencias».

Arte concreto. Wassily Kandisky. 1938

Cuando el pintor Wassily Kandisky planteó la cuestión de la unidad de las artes, inevitablemente estaba recordando que todas provienen de una misma madre. Al escuchar esto, lo más fácil es pensar que se trata de la creatividad; el ingenio.

Sin embargo, aquí Kandisky habla de que las artes están hermanadas gracias a la composición. El autor hizo una analogía entre los medios de la música y pintura, que son las artes que más admiró. En teoría esto puede extenderse a las demás. No cabe hablar del valor de lo espiritual frente al materialismo en la teoría del arte de Kandisky, ni tampoco del establecimiento del arte concreto o su fuerte creencia en la sinestesia —tema al que regresaremos—, pero cuando leemos sus afirmaciones en la obra de 1938, vincularlas al artista Pablo Pérez-Urruti (Madrid, 1963) es tarea sencilla. 

Urruti es arquitecto colegiado, decidió dedicarse al abordaje de otras artes desde hace más de una década, siendo actualmente este crecimiento profesional su mayor preocupación. Recuerda el pintor abstracto que «[n]unca será posible pintar sin ‘’colores’’ y ‘’líneas’’» en su obra Arte concreto (Kandisky, 1938) y está claro que esa primera parte de la arquitectura, plasmada en el dibujo —que a su vez, materializa la idea en primera instancia— es indispensable. Así se concibe como el elemento primigenio de una edificación y del que lógicamente es imposible prescindir.

Cortesía del artista

Hoy día Pablo Urruti se ha detenido en el ámbito arquitectónico para introducirse en la pintura y la escultura, evocando proyecciones nuevas de la arquitectura que siempre ha practicado; la primera bidimensional, hija del dibujo y la segunda tridimensional. Asimismo, el autor madrileño rememora las enseñanzas del arquitecto Walter Gropius de la Bauhaus, realizando una deconstrucción de sus propuestas: «Arquitectos, pintores y escultores deben volver a conocer y concebir la naturaleza compuesta de la edificación en su totalidad y en sus partes» (Manifiesto fundacional de la Bauhaus de Weimar, 1919), pues Pablo Urruti siempre ha integrado las artes en su trabajo y ahora es el momento de tratar cada una desde la individualidad.

Partiendo de las bases de cualquier arte, en el campo pictórico se decantó por una vertiente inspirada en el expresionismo abstracto, remontándonos a los primeros años de la pasada década. Un estilo que cambió últimamente y que ahora se encuentra en detrimento frente a la abstracción geométrica que tanto le atrae explorar. Urruti comenta en ocasiones que ha bebido del futurismo, constructivismo y el neoplasticismo, aunque el suprematismo no lo ha dejado de lado.

Cortesía del artista

Es cierto que en su pintura se ven las conexiones con estos movimientos, básicamente con los abstractos. La predilección por las formas geométricas es evidente. En el caso de las dos últimas vanguardias citadas, hay una incansable búsqueda de representar lo surgido en nuestro interior, ya sea desde el sentimiento o a través de lo ideal —en cualquier caso, cognitivo— y no contaminarse de la realidad visible. Todos los movimientos nombrados plantean o se nutren de cuestiones ideológicas que no deben traerse a colación en este momento, aparte de las diferencias palpables entre estos, aunque es interesante hablar de cómo el suprematismo y neoplasticismo buscan precisamente un arte puro, abstracto. Al igual que Kandisky, toman el dibujo y el color como elementos fundamentales y exclusivos de la práctica pictórica, trayendo a la memoria lo que el pintor ruso afirmó, es decir, lo cambiante son los medios, pero no la composición. En el suprematismo y el neoplasticismo, las figuras geométricas son la mínima expresión de los motivos pictóricos, a las que consideran formas neutras y se basan asimismo en la gama de colores escueta y pura en el caso del neoplasticismo. 

Así retoma Urruti los planteamientos de estos estilos abstractos. Se inclina obviamente  por la geometría y en la pintura elabora figuras irregulares, cercanas al suprematismo de Kazimir Malévich, pero aquí no se separan entre sí, sino que se superponen y apretujan. No existe un gusto por las composiciones ortogonales de Piet Mondrian, ni tampoco la obsesión por los colores primarios, debido a la tendencia hacia la armonía de las formas y de los tonos, desde un punto de vista particular donde predominan las asimetrías y una amplia gama de colores que se complementan entre sí.

Cortesía del artista

Para arrancar con sus obras, el arquitecto empieza con bocetos hechos a mano alzada, que luego terminarán materializándose en la pieza definitiva. La verdad es que este proceso también lo lleva a cabo en escultura. Volviendo al arte pictórico, asimismo Pablo Urruti se vale de los programas de edición basados en gráficos vectoriales para obtener modelos de cara a sus obras. De esta suerte, puede delimitar las características dimensionales de los motivos que desea reflejar posteriormente en la tabla, con un rigor matemático huella de la arquitectura.

Lógico que en la arquitectura y en la escultura están presentes las leyes tectónicas —del griego tékton, traducido como estructura—, las cuales una composición de pintura no exige. Los trabajos tridimensionales están muy pendientes de las leyes físicas, pues de lo contrario son insostenibles, pero esto no amarga a la pintura de tal modo. Es normal que las ciencias naturales repercutan, por ejemplo, en la conservación o no de una obra pictórica. No obstante, aquí se habla de otro asunto, de la mayor libertad de Pablo Urruti para crear, solo con la limitación espacial del soporte.

Cortesía del artista

No cabe exaltación de la pintura por esa particularidad, en todo caso. En sus pinturas, que son acrílicos sobre tabla, tras bocetos manuales y digitales, nuestro protagonista se vale del juego de escuadras, al igual que hacía antaño en el dibujo técnico para construir las líneas, luego emplea el pincel y diversos métodos para pintar, progresando hasta terminar. Le está otorgando cada vez más trascendencia al espacio en blanco, donde se observa la madera sin pintar, evidenciando el soporte. De las pinturas nacen otros proyectos como la serigrafía y recientemente realiza ilustraciones con vectores, realzando el valor del arte digital.

Por otro lado, la escultura de Urruti tiene dos caminos bien distintos que además van creciendo. El primero se identifica con las esculturas metálicas, monocromas, en las que trabaja mediante la fundición a la cera perdida para crearlas en bronce, acero o aluminio.

El trabajo comienza también con la mano alzada, para luego finalizar con un programa 3d para obtener el modelo. Esta técnica por ordenador le permite gestar las esculturas con exactitud matemática, ya que apenas en la fundición a la cera perdida hay error en las medidas. Después, cubre las esculturas con pátinas para hallar el aspecto vetusto que tanto le atrae, sinónimo del tempus fugit —el tiempo huye—; acribillando los valores clásicos de la escultura como arte imperecedero y en particular enfrentándose al mantenimiento constante de las obras en metal, que Pablo Urruti no rechaza en primer término, aunque ya desde el comienzo arrasa con la pulcritud natural de los componentes en oxidaciones controladas.

Cortesía del artista

Prevalecen las piezas verticales y horizontales, de composiciones abiertas y cerradas, respectivamente y muy compactas. Las obras erguidas empezaron con la serie Skyscraper —rascacielos—, que es la única referencia a la realidad por parte del autor. El rascacielos; símbolo urbano que le interesa, opus magnum —obra magna— para Pablo Urruti, el cual considera el edificio más escultórico de todas las tipologías. Skyscraper es la serie más antigua, de la que todavía hay testimonios y reconversiones. Se caracteriza por los prismas cúbicos que originan ligereza y un movimiento ascensional. Esta tendencia a maravillarse por los rascacielos resulta equiparable a la de Piet Mondrian en su estancia en Nueva York al final de sus días. El pintor neoplasticista no pudo abstraerse de la realidad al observar la dinámica capital norteamericana y por eso muchas de sus obras tienen títulos que derivan de las experiencias que allí vivió. 

Después se acompañan de la serie Tótem; obras convertidas en objetos misteriosos debido al nombre concedido. Contrarrestan con Skyscraper al tener volúmenes más planos y aspecto laminado —se asemejan a acantilados de roca metamórficas, puristas— perdiéndose los habituales poliedros en favor de lo llano.

Su apariencia compacta está cerca de la escultura metálica en horizontal que el arquitecto madrileño llama Br aludiendo al sustantivo bajorrelieve. El hecho de ser piezas con escasa volumetría las puede hacer asemejarse a bajorrelieves, pero de todos modos son esculturas exentas. Lo llamativo aquí es la densidad, aunque hay un juego de llenos y vacíos que no se suele contemplar en otras obras. Son vías de escape respecto al material pesado; oquedades en las que la escultura se abre al espacio tímidamente. La grieta es protagonista, con un sinfín de matices.  Br es una serie de piezas cuadradas, en las que cada fragmento desigual parece acoplarse al otro con la acción del prensado. Esto no es así; se hace con fundición, mas trae a la memoria a las compresiones del escultor francés César Baldaccini mediante máquinas hidráulicas. Desde otro punto de vista, se parece al escultor vasco Jorge Oteiza en sus composiciones cúbicas. 

Cortesía del artista

La otra vía escultórica de Urruti se corresponde con las obras de madera con pintura ultramate. Las esculturas policromadas son las más actuales y tienden puentes entre pintura y escultura, siendo un trasunto en tres dimensiones del arte pictórico. De nuevo, el proceso informático es capital. Luego, Urruti se divide entre la talla con máquinas de corte numérico y la talla tradicional. Estas piezas tienden a las formas geométricas irregulares, lo cual no es extraño en el autor.

La serie Skyscraper también es interpretada con esta policromía, así como los bajorrelieves comentados, partiendo de la descomposición de una figura geométrica sencilla como el cuadrado; otras obras recientes parten del círculo. Es el motivo innovador que ya se deja ver en las pinturas con la preponderancia del semicírculo. Los elementos parecen engastarse entre sí a pesar de que no hay acción de ensamblaje. El cromatismo es más limitado si se lo parangona con la pintura. Dice Urruti que basta con cinco o seis colores para crear armonía, una estética bella y estridente a través de los colores complementarios. Los asimila a las notas musicales en concordia; a la cadencia musical. Ahí es posible recuperar otra vez el ideario de Kandisky expuesto al inicio del texto y asimismo la sinestesia. 

No es posible terminar sin aludir a las esculturas líticas, verbigracia, de alabastro, las de poliuretano de alta densidad, las cuales recubre con polvo atomizado de metales y son muy livianas por el material empleado y finalmente las piezas en resina de cristal. Sin lugar a duda, constituyen una nueva tendencia en el autor, llevándole despacio a un tercer camino apartado del metal y de la madera, rebuscando en los nuevos componentes para sus obras de arte y escapando de la tradición escultórica anterior al siglo XX.

Es el arte holístico de Pablo Urruti.

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