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Reseña: Media piracy in the cultural economy, de Gavin Mueller

“La política marxista tradicionalmente se ha enfocado en las luchas entre el trabajo y el capital en la fábrica, aparentemente a un mundo de distancia de los adolescentes que descargan música”, escribe Gavin Mueller en la introducción de Media Piracy in the Cultural Economy. Intellectual Property and Labor Under Neoliberal Restructuring

Mueller es un académico de nuevos medios y cultura digital de la Universidad de Amsterdam, además de columnista sobre medios y política. En 2019 la editorial Routledge publicó su tesis de doctorado, que puede traducirse como “Piratería de medios en la economía cultural. Propiedad intelectual y trabajo bajo la reestructuración neoliberal”. Como el título indica, el libro se propone analizar la piratería y la propiedad intelectual en el marco de la economía de la cultura. Lo hace desde la teoría marxista, con conceptos como mercancía, valor, trabajo, medios de producción, tecnología y propiedad. El análisis incluye un repaso minucioso de la historia de la piratería en internet, de la transformación digital de las industrias culturales y de las luchas políticas del software libre, la cultura libre y la cultura pirática. Lo cual lo convierte, en nuestra opinión, en un aporte interesantísimo y original, tanto en el campo de estudio de la cultura digital, como en el del marxismo. En este post reseñamos el libro, con el fin de aportar a los debates sobre economía política de la cultura.

La economía de la cultura y la propiedad intelectual en la reestructuración neoliberal

Para abrir el libro, Mueller no comienza con la historia reciente de las tecnologías digitales, sino que prefiere darnos el panorama más amplio en el que estas emergieron. Recurre a los conceptos de capitalismo tardío, reestructuración neoliberal y posfordismo, refiriéndose al conjunto de transformaciones que modificaron el mundo del trabajo y la producción desde inicios de la década de 1970. En este marco nos presenta el trabajo cultural como un ejemplo emblemático de las relaciones entre capital y trabajo en esta etapa: les trabajadores culturales encarnan de forma muy evidente las formas más “libres” pero a la vez más flexibles de la relación laboral. Lo que producen es “propiedad intelectual”, bajo el régimen de trabajo precario que se suele llamar “emprendimiento”, pero que enmascara algunas de las más insidiosas formas de disciplinamiento de la fuerza laboral. Y esa propiedad intelectual que producen termina en manos del capital. 

Comienza entonces su análisis histórico sobre las batallas de la propiedad intelectual en internet, tanto en torno al software libre como a la piratería de medios y las respuestas del movimiento de cultura libre. Mueller relaciona el software libre con las luchas por el control del proceso laboral que ejercieron los primeros hackers en torno a la naciente industria del software en los años ochenta. El surgimiento del software libre fue una respuesta de los trabajadores de esta industria para mantener su autonomía frente a la represión de las prácticas de compartir conocimientos y códigos. La propiedad intelectual empezó a ser una forma de control, tanto de la producción como del consumo en las redes digitales, permitiendo a las empresas racionalizar y mercantilizar el desarrollo de software. Más tarde, la perspectiva del “código abierto” y la llamada Web 2.0, con sus herramientas de producción-consumo de contenidos, aplacaron estas luchas, pero sin erradicarlas.

Historia y teoría de la piratería de medios

Hay tres capítulos enteramente dedicados a la piratería de medios: uno para contar su historia, otro en el que Mueller propone una teoría sobre la piratería, y el último capítulo del libro, donde sitúa la discusión en el contexto internacional. 

Una de sus más interesantes conclusiones es que la actividad pirática ha sido una fuerza transformadora e innovadora en internet, que abrió el camino a la distribución y consumo de cultura digital. Claro que de una forma tremendamente conflictiva y contradictoria. Por ejemplo, la adopción del formato mp3 para el consumo de audio digital fue un logro de les piratas, en su ambición por conseguir archivos digitales livianos y fáciles de compartir, con la menor pérdida de calidad de audio posible. La industria musical, absolutamente desinteresada por este formato, al principio combatió sus posibilidades de distribución en red. Pero luego el mp3 fue adoptado como un estándar industrial de la música digital, dejando de ser un enemigo de la industria de la propiedad intelectual, para ser incorporado al intercambio normal de mercancías digitales. Cierto es que el consumo ahora se organiza a través de servicios de streaming semigratuitos, y que ese es también un contradictorio triunfo de los consumidores de medios digitales. En conclusión, para Mueller:

“El capital ha domesticado sucesivamente el espacio en línea descomponiendo la amenaza pirata mediante el ataque a su organización (persecución de piratas individuales, incautación de equipos), así como del desarrollo de nuevas formas de tecnología para flanquear la piratería. En un giro irónico, los propios piratas han formado parte de esta innovación” (pág. 73, traducción propia).

En su historia de la piratería, Mueller cuenta cómo la subcultura pirata, una elite masculina de habilidosos hackers provenientes por lo general de las industrias tecnológicas, de información y de medios, fue dando paso a una clase masiva de consumidores. A medida que las mismas tecnologías que los hackers contribuían a democratizar progresaban, haciéndose más amigables para los usuarios, el sofisticado trabajo de les piratas se volvía más sencillo, perdía su diferencial de habilidad técnica, se “descalificaba” y con ello el consumo digital se masificaba. Napster, que popularizó el intercambio de archivos P2P, evidenció ese cambio, “haciendo que la práctica de compartir archivos de música sea fácil y casi automática” (pág. 67, traducción nuestra). A pesar de la brutal represión promovida por la industria, esta transformación del proceso productivo de medios digitales no pudo ser detenida. Muchos de estos procesos históricos son narrados también en A Cultura é livre: Uma história da resistência antipropriedade, escrito por Leonardo Foletto, que reseñamos hace unos meses.

Por otra parte, aunque las prácticas originalmente piráticas, como compartir o acceder a catálogos amplios de música y películas, fueron neutralizadas e incorporadas en el consumo digital industrial, el capital debe, de todas maneras, destinar parte del plusvalor en mantener las mercancías digitales a salvo del consumo ilimitado y gratuito. La sobreacumulación de mercancías hace que un conjunto enorme de música, películas y otros bienes culturales esté siempre a disposición y en competencia con los nuevos lanzamientos que entran al mercado. El control sobre las mercancías digitales no se consigue únicamente con leyes de propiedad intelectual más severas, sino también con vigilancia y control, cada vez más automatizados, de la conducta de los usuarios. El acceso limitado por contraseñas, los sistemas de gestión de derechos digitales, como el DRM, y el uso de herramientas para orientar la atención de los usuarios, como la publicidad disimulada y las líneas de tiempo no cronológicas, son algunos de los mecanismos que la industria pone a funcionar para luchar no solo contra la piratería, sino también para paliar la dificultad de restringir el indeseable e irreductible stock de mercancías culturales del pasado, que saturan el mercado.

El (limitado) potencial político de la piratería

El potencial revolucionario de estas transformaciones es subrayado por Mueller trayendo las reflexiones de Benjamin acerca del rol de los cambios técnicos en la producción cultural. Para Benjamin, estos cambios, que tendían a cerrar brechas entre los intelectuales y las masas, entre autores y público, eran indudablemente progresivos. Sin embargo, Mueller deja claro en su trabajo que la política de les piratas y del P2P se circunscribe a la defensa del acceso y el intercambio no comercial de cultura, por lo que no es necesariamente un programa de transformación radical de la sociedad. 

Mueller caracteriza a la piratería como una acción insurreccional que ha impulsado una visión alternativa a la de una internet capitalista neoliberal. E incluso le reconoce que en esto ha tenido logros, aunque parciales y temporales. Pero aún con todo su potencial, la política de la cultura pirata es limitada. Aquí Mueller es bastante escéptico: reconoce que la piratería es un movimiento social que refleja las formas del antagonismo social en una esfera concreta de la producción y distribución digital de mercancías, pero este movimiento no ha desarrollado demandas ni estructuras organizativas más amplias. “Y, por supuesto, el proletariado no puede reproducirse solo con música y películas” (pág. 95, traducción nuestra).

En el último capítulo del libro, el análisis se enfoca en las dinámicas de la piratería en el Sur global y en los territorios empobrecidos del Norte, donde las exclusiones económicas y digitales impulsan los mercados informales de bienes culturales en las calles y ferias locales. Esta dinámica ya fue observada anteriormente por otros, como Joe Karaganis (a quien entrevistamos hace unos años). Pero aquí Mueller se pregunta si la piratería en el Sur global puede tener una connotación desarrollista, o aún antiimperialista, al desafiar la agenda de comercio de propiedad intelectual impuesta por el Norte, particularmente desde Estados Unidos, para defender y expandir su industria cultural. Aquí el autor llama la atención una vez más sobre el rol complejo y paradójico que tiene la piratería, dado que se desarrolla en el contexto de una economía capitalista mundial de la que no puede escapar, y que de algún modo contribuye a profundizar. La piratería termina abriendo espacios de consumo allí donde hasta hace poco no existían; espacios que se transformarán en nuevos mercados de la industria de medios global.

Al mismo tiempo, Mueller reconoce que les piratas en el Sur global no solamente son copistas y distribuidores de bienes culturales más baratos, sino que también aportan trabajo cultural de curaduría y traducción a idiomas y contextos locales, contribuyendo así al desarrollo de esferas alternativas de cultura e información. Nuevamente, se observa un potencial revolucionario abierto por la actividad pirática, que no deja de ser contradictorio:

“En un mundo marcado por una creciente estratificación de clases junto con un endurecimiento de las medidas represivas diseñadas para imponer las relaciones de mercado, la existencia de comunidades en red de la clase trabajadora o de ecologías mediáticas subalternas será, necesariamente, pirata, informal, ad hoc y parasitaria de la economía cultural global, no independiente de ella”. (pág. 112, traducción nuestra).

De las prácticas piráticas a la fábrica social de cultura

El libro de Mueller ayuda a desmitificar la piratería en muchos aspectos, entre ellos, el de la supuesta desintermediación de la distribución y acceso a la cultura. Si bien las prácticas piráticas han sido disruptivas para el funcionamiento normal de la industria cultural capitalista, también han contribuido a transformarla, como hemos visto, al promover el acceso digital cada vez más extendido. Nuevos intermediarios comerciales, como Netflix y Spotify, han emergido triunfantes de las batallas del copyright, mientras que esto no ha mejorado la situación de les artistas ni sus condiciones de trabajo. Además, con la evolución de la industria hacia los servicios comerciales de streaming, los consumidores culturales vuelven a quedar confinados a un rol más pasivo, y pasan a ser el objeto de seguimiento y recolección de datos permanente. 

El sueño de una producción cultural libre, autónoma y entre pares, que en las utopías piratas se identifica, según Mueller, con la defensa de un intercambio no comercial que convive con el desarrollo de la pequeña producción independiente y con el comercio justo libre de monopolios, no se ha alcanzado. Y tampoco es viable, dado que no reconoce la interdependencia a gran escala de la producción social. Así y todo, la praxis pirática ha impulsado cambios progresivos. Para Mueller, estos cambios se reflejan en la emergencia de una producción cultural cada vez más socializada, en una inmensa “fábrica social” en la cual les artistas, pero también les piratas, aportan una capa más a las múltiples capas de trabajo formal e informal incorporadas en la mercancía cultural. 

Reconocer este hecho es el punto de partida para un programa político que incluya la democratización radical de la producción cultural en conexión con transformaciones sociales más amplias. Un programa que critique a la propiedad intelectual no solo como un obstáculo para el acceso a la cultura, sino también como una forma de propiedad privada de los medios de producción. La práctica y la política de la piratería, así como los movimientos del software y la cultura libres, abonan ese programa, pero no son suficientes, porque soslayan la crítica a las actuales relaciones de producción.

Para seguir leyendo

Este post es apenas la reseña de una obra muy interesante y llena de temas para la discusión, que recomendamos leer completa. ¡No se queden únicamente con nuestro resumen! El libro, publicado por una editorial académica, no está disponible con una licencia abierta, pero se puede buscar y descargar en las bibliotecas piratas más conocidas.

Junto con este libro, les invitamos a revisar otros materiales que hemos compartido, en esta misma línea de reflexión:

“La cultura libre como una historia de la resistencia antipropiedad”: reseña del libro de Leonardo Foletto.Entrevista a Joe Karaganis: “La piratería llena el espacio no satisfecho por el mercado legal de cultura”.“Cultura radical: acceso al cine en una ciudad latinoamericana”.“La economía del regalo en tiempos de Netflix”.

Algunos de estos materiales ya tienen sus años, pero entendemos que siguen siendo valiosos para analizar estos temas. Nos hemos propuesto renovar nuestras lecturas y agregar más reseñas y recomendaciones que entren en el debate de la economía de la cultura en el entorno digital. No diremos que muy pronto… pero se vienen más posts en este recorrido, en el que esperamos nos acompañen.

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